domingo, 24 de octubre de 2010

Responsabilidad por dejación

      
         Ya ha llovido desde que Monseñor Montero, obispo que fue de Badajoz, pronunciara una frase digna de ser enmarcada: Todo lo grande se ha hecho sin obligación de hacerlo. No todo, pero mucho sí.
Hablaba del pecado de omisión por dejación, cuando nos mostramos remisos en ser provechosos a los demás, enterrando en tierra los dones recibidos de Dios sin rindan servicio a nadie. No benefician entonces a nadie nuestra inteligencia, nuestra fe, facultades y recursos, que se nos dan, no precisamente para arrastrar una vida anodina y vulgar, decía él.
El cristiano no justificará jamás dejar de hacer el bien en áreas tan cruciales como la educación de los hijos o alumnos. Culpa de esas omisiones y responsabilidades es la desorientación de los adolescentes sin principios  ni motivaciones que debieran ruborizar a más de uno.
En aras de aquello que enseñaba san Pablo: Vence al mal con el bien, aducía esa otra gran verdad de que “todo lo grande que se ha hecho en este mundo, todo lo que nos ha empujado hacia adelante - las madres, los artistas, los investigadores, los misioneros-, se ha hecho sin tener obligación de hacerlo”. Lo cierto es que la gratuidad tiene un agujero en las manos, porque es dadivosa.

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