Lo dice san Pablo, en la segunda carta a Timoteo, escrita fervientemente desde la cárcel. Él está encadenado por el coraje con que ha venido predicando a Cristo en todo momento y con cualquier motivo, como aquí el de verse encadenado en gracia a la eficacia y resonancia de su apostolado, pero nadie ni nada podrá encadenar jamás la palabra de Dios, que él sigue difundiendo con su denodada entrega y el valiente testimonio del martirio a que someten su vida.
No temamos a quienes, desde su increencia y el gesto malhumorado de su contrariedad, combaten nuestra fe. No nos amilane su torcido y vano encono. Podrán atarnos las manos y cosernos los labios; pero nunca borrar el testimonio que demos de Jesús, porque precisamente su luminosa palabra, mal que les pese a quienes abjuran de él, no está ni estará nunca encadenada.
Su verdad nos hace libres de toda suerte de ataduras.
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