sábado, 17 de julio de 2010

El lenguaje de san Francisco


El lenguaje, como arcilla en manos de alfarero, imagen de nuestras vivencias más espontáneas, se deja moldear por las motivaciones que inspiran su expresión, resolviéndose en estilos diversos, géneros literarios y fórmulas enriquecedoras de articulación del pensamiento.El lenguaje de la afectividad tiende a magnificar sus opciones y preferencias en formas de expresión que no se dejan constreñir por la contención rigurosa y la norma fría. El amor que lo mueve es expansivo; no conoce límites ni orillas que lo puedan refrenar. No le pidáis comedimiento ni ajustada concisión al pensamiento desbordado del amor que alienta en todo apasionamiento. San Francisco, que nunca supo cómo se pudiera apagar la lámpara de la afectividad encendida de su palabra, encadenaba adjetivos, al escribir, llevado de su amor a Dios y a las mismas criaturas, o eslabones de sustantivos con que intentar definir sus divinos atributos:
Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son la alabanza, la gloria y el toda bendición.
Así de efusivo comienza el Cántico del Hermano Sol que un buen día escribió el santo, allá por una de las esquinas del siglo XIII. Pero no deja de ser un ejemplo. La lectura de sus Alabanzas que se han de decir todas las horas, son como un volteo de campanas de los verbos alabar y bendecir, calcando formulaciones sálmicas. Se contiene en buena parte cuando se limita a dictar normas de vida regular según formas de expresión más objetivas.
Los que, sellados por la experiencia amorosa de Dios, sabéis sumiros en el deleite de la contemplación de sus verdades, intentad de escribir luego de él con fría contención; veréis de qué poco os sirve el lenguaje ordinario de la objetividad y cuánta es nuestra torpeza. En alabanza de Cristo.

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