El verano vivido por la gente no lo es del todo si no lo confirma la celebración anual de las Fiestas del Ángel. No hay decorado que interprete con más entusiasmo la alegría de unas fiestas que protagoniza popularmente la calle.
El aspecto de la ciudad se transforma como por ensalmo y adquiere de pronto una cierta traza cabileña de tiendas exóticas, tendales y entoldados donde se reúnen y cobijan amigablemente, para el condumio y la cháchara chistosa, grupos de gente organizada en peñas y agrupaciones festivas, cuyos miembros, amigos y familiares, se suceden de padres a hijos, convenientemente vestidos al uso tradicional. Es todo como un desbordamiento de júbilo patronal, música más bien sonora y exaltada y amistoso concierto en la comida y bebida, larga y generosamente servida a las veces. Toros y actos festivos en plazas y calles completan el nutrido programa de fiestas, borrados los límites que ordinariamente marcan el día y la noche. ¡Qué silenciosa siempre la mañana que abre luego, como de puntillas, el nuevo día!
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