Nos dice Lucas, en su evangelio, que María, la joven hermana de Marta, en Betania, sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra.
María tiene un corazón incalculable que no sabe orillas y es fácil imaginarla ensimismada, escuchando la voz sugerente de Jesús.
Saber escuchar es uno de las disposiciones que exige la palabra para que nos llegue y mueva con toda la fuerza de la divina gracia. He hecho un recuento de las veces que la palabra escuchar, en su segunda persona del imperativo, la más persuasiva, aparece a todo lo largo de la Escritura y el recuento resulta aleccionador, ya que de una cifra total de 149 veces, en los salmos aparece 30 veces, y el los Proverbios 25, que superan con mucho a los datos de los demás libros bíblicos.
El libro de los Proverbios, conducente a educar con sus consejos la conducta del hombre desde la palabra, es propicio al uso de la interpelación a escuchar la insinuante voz de Dios. Su cariz persuasivo persigue favorecer la disposición a la escucha que hay que suscitar en el ánimo del lector, para que la siembra de la palabra arraigue en él: Escucha mi instrucción, se oye en ellos, con variantes equivalentes: Escucha mi consejo... Escucha mis palabras...
Los salmos son diálogos entre el hombre con Dios, donde se confrontan las contrariedades que acucian al hombre, con la invitación divina a andar con rectitud por los caminos que traza la ley. Su carácter coloquial es lo que induce en ambos interlocutores al uso verbal de tipo imperativo: Escucha mis palabras, Yahveh, clama el hombre desde la aflicción. Es el requerimiento más frecuente en los labios anhelantes del hombre, muy similar al del afán con que la voz de Dios procura enderezar la voluntad del hombre devoto: Escucha, pueblo mío. Escucha mi ley..
María tiene mucha suerte, porque está más cerca de Dios que el orante de los salmos o el lector de los Proverbios a Dios, en la persona de Jesús; de hecho, está a sus pies, y absorta en él, escucha su palabra.
En el coloquio amoroso y trato con Dios, la cercanía es un grado.
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