Hay cosas absurdas que dividen con tajante radicalidad a las personas por motivos culturales o religiosos, si es que puede separarse lo uno de lo otro. Para un judío o un musulmán, el jamón es la cosa más cerda que pueda llevarse uno a la boca. Para el resto de los mortales, es una exquisitez incomparable.
Jesús ya hacía ver, en sus días, con inusitada clarividencia, que los alimentos ni empañan ni limpian la conciencia de nadie; lo que mancha el corazón es la perversidad de la malicia. Mal sitio Teruel para tales abstemios, por más que se encomien las bondades de una soñada integración de nativos y advenedizos. Hay límites y fronteras que las creencias lacran como intransigentes.
Estos días los expertos cortadores de jamón no dan abasto, absorbidos por el repetitivo recorrido horizontal del pernil, como carpinteros con cepillo. Es el minucioso corte ritual del jamón. ¡Sabroso jamón de denominación de origen! ¡Oloroso jamón de Teruel del color montaraz del rodeno! Los hay excelentes, cómo no, en toda España, de modo que no debe extrañarnos que algún que otro nacionalista acérrimo, los hay incorregibles, se empecine en que el de su pueblo es el mejor. ¡Y un jamón!
Es la mejor oda al jamón que he leido nunca. Ahora mismo voy a cortar un poquito. Eso sí, de Teruel. Quedas invitado. Sandelisal
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