Lo dice Jesús con motivo de negar que la ingestión de alimentos pueda menoscabar la buena disposición espiritual del hombre. Los alimentos no pueden quebrar nuestra integridad. Es en nuestro interior donde anida la malicia, y entre tanta perversión a que pueda inducirnos un corazón torcido, Jesús, con aparente sorpresa, sitúa la estupidez. ¿Por qué esta reprobación de la estupidez, al hilo de la lujuria, la avaricia, el adulterio, el desenfreno, la blasfemia, la envidia? No sólo es estúpido el necio, mermadas sus facultades mentales. Hay muchas maneras de ejercer irreflexivamente la estupidez en su grado más zote. Estúpido es el presuntuoso, el engreído, el envarado, el soberbio. Se comprende de este modo que sea la estupidez del pecado lo que reprueba Jesús. Obviamente, no podría aprobar como juiciosa actitud, que empleemos el tiempo que se nos da para ganar su gracia, en desplomarnos por el disparadero de disfrutes pasajeros. Unamuno decía, tal vez por eso mismo, que la estupidez le estaba prohibida al cristiano. Jesús tiene muy claras sus ideas.
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