Asimilar la firmeza de la fe a la robustez inconmovible del yunque, es un imagen plástica llena de fuerza y acierto.
Sorprende la rabiosa actualidad que tienen hoy todavía exhortaciones heredadas de plumas ardientes que escribían en los primeros tiempos de la Iglesia, como las que dirige Ignacio de Antioquía a san Policarpo, quien tuvo la suerte de tratar a Juan el Presbítero y a Aristión, discípulos de Jesús. ¡Cuántas cosas de primera mano le pudieron contar!
San Ignacio le dice, por ejemplo, que no le impresionen “los que se dan aires de hombres dignos de todo crédito enseñando doctrinas extrañas a la fe. Muy al contrario, manténte firme -le recomienda- como un yunque golpeado por un martillo”.
No se diría hoy mejor esto mismo, frente a quienes alardean de estar revestidos de toda la verdad en sus alegatos contra los creyentes. También esos, ufanos, se dan aires de ser dignos de todo crédito, empeñados en arrasar las raíces de nuestra fe. Razón de más para sentirnos también nosotros firmes como el yunque que hiere despiadado la fiereza de un martillo. Qué menos.
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