Hay cosas en las que incidimos de modo repetitivo, cuando nos impulsa a ello la conveniencia de inculcar el beneficio de una determinada realización urgente; y en el recorrido gradual de esa premura, desde el mero consejo urgente hasta la impertinencia del acoso, están la insistencia, la terquedad y el empecinamiento. La terquedad y menos aún el acoso no son las actitudes más recomendables cuando lo que se pretende es mover de modo convincente y sereno la voluntad del hombre.
Jesús en su enseñanza es proclive al recurso de la insistencia para ponderar las ventajas de acoger con presteza la bondad de sus prescripciones e inclinar a la práctica la remisa voluntad del hombre, y es de ver cómo nos insta al recurso de la oración de petición con un triple escalón: el que pide recibe, el que busca halla, al que llama se le abre. Por tres veces inducirá, en Mateo, a que reconozcan sus discípulos la conveniencia de que el Mesías sufra, muera y resucite, contra la terca prevención popular de que un mesías no puede morir. Tres serán los dudosos candidatos a seguir su llamada alegando excusas y reticencias.
La insistencia es la estrategia que prefiere Jesús para urgirnos a enriquecer nuestra conducta, porque su palabra no es impositiva, sino sugerente y persuasiva. No incurre en la terquedad y le repugna el acoso. La premura sí, porque está en juego nuestra salvación.
Bendito su afán, bendito el celo salvador que le dispone tanto a nuestro bien.
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