No por manida pierde diafanidad esa comparación de la semilla de la divina palabra con la tierra, bien dispuesta o no, de la voluntad del hombre. Lo conveniente es poner nuestra buena disposición al hilo de la de Dios.
No hay semilla buena o mala. Buena o mala es nuestra disposición a recibirla. Y sucede que Dios no es remiso en dar, sino que nos compete a nosotros ser solícitos ante su generosidad; de hecho, Dios llueve igual para buenos y malos, y lo hace copiosamente.
Importa sobremanera entonces permanecer siempre a la escucha de su palabra sembradora, que al parecer es eso lo que quiere significarnos Jesús al declarar que el que tenga oídos, que oiga. Escuchar es acoger.
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