Lo leo, casi sobrecogido, en la prensa.
Esto de “Pianos en la calle”es un insólito proyecto de lo más original, llevado a cabo en la Gran Manzana que es Nueva York, consistente en distribuir varios centenares de pianos por la ciudad, en los que cualquier artista callejero, incipiente o no, puede ofrecer lo mejor de su repertorio. Es de imaginar la sorpresa ciudadana de darse de bruces inopinadamente con un piano amarillo, como el submarino aquel, y un joven voluntario sentado ante él, tecleando no sé qué, en plena Avenida Número 5, ante el estupor de un gentío que deambula a toda prisa en una y otra dirección, adensando hasta hacer imposible la acera. No me negarán que es un modo inédito de conmover la sensibilidad de la gente y de humanizar la calle.
Sólo a la original imaginación de otro artista se le puede ocurrir este aparente maridaje subrealista, casi imposible, de la gran ciudad insensible y artificiosa , y un concierto improvisado y juguetón, a cielo abierto, para anónimos artistas espontáneos a los que nunca faltará una pequeña audiencia pasmada y sonriente, que aplaude luego tan novedoso regalo, condescendiente y siempre complacida.
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