En Burgos se ha inaugurado un Museo de la Evolución Humana, habilitado con toda clase de utensilios prehistóricos, en torno a la vetusta figura del Homo antecessor, que vivió por estos pagos hace la friolera de un millón de años. Sus remotísimos restos aparecieron en el yacimiento paleoantropológico de Atapuerca.
Se trata de un edificio singular en forma de cubo transparente, de 12.000 metros cuadrados, una última y suntuosa residencia mortuoria que nunca hubiera soñado para sí tal antecessor nuestro.
Pero, ¿qué tiene que ver este lejano precursor con nosotros? La ciencia lo ha fichado como valioso ejemplar, único en su rango, de una de las etapas evolutivas más añejas del género humano. Todo muy excitante. Pero, ¡qué feo el tal antecessor!
Me cuesta admitir, desde mi pundonor de persona honrada, que vengamos de un antecesor burgalense tan desgarbado, extravagante y patoso, con esa cara horrible o lo que sea, los brazos inmensos que casi llegan al suelo y que nos mira de través, Dios sabe con qué intención. Aún así, seamos humanos, afables, humildes, y no le neguemos a este inmemorial pariente nuestro un lugar hospitalario en nuestra historia, que es tanto como sentarle a nuestra mesa. Es como un hijo pródigo que vuelve a nosotros a la vuelta de unos añitos.
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