En un antiguo azulejo propiedad de un amigo, se lee en lengua que no se apartaría mucho del antiguo aragonés: Feliç qui sols te a Deu per amo. La frase admite doble interpretación, según se aplique al hecho social más o menos cercano al vasallaje o a la vida desprendida y austera de quien sólo vive para Dios, ajeno a interesas transitorios.
De un lado, la frase nos remonta a siglos atrás en que lo más corriente era vivir sujeto a un señor que, a cambio, te aseguraba una humilde y suficiente subsistencia. En ese contexto, gozar de la libre independencia del que, en posesión de un oficio, trabajaba para sí, era un saludable y agradecido sueño, considerando que quien tiene la libertad mermada, no va más allá del pájaro dignamente enjaulado que no por eso deja de cantar.
Otra cosa es vivir gozosamente en el retiro de la parquedad, uncido a la providencia de Dios, dependiente únicamente de la proximidad de su benevolencia, donde la única voz que hay que oír es la suya. Su canto es espacioso como el del pájaro de ámbitos que no conocen fronteras. En uno y otro caso, feliç qui sols te a Deu per amo i senyor.
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