Mi ventana es como un marco que engastara un paisaje natural con unos montes de fondo que envuelve un pinar y una pantalla de chopos de hojas siempre irrequietas con las que juega el la brisa. El río que discurre a sus pies no acaba de verse; se adivina. Por entre los chopos se entreve un maizal de hileras rectilíneas.
Por el cielo, mañana y tarde, revolotean alocadamente negras golondrinas raudas como flechas, y de vez en vez, lo surcan palomas no siempre blancas. Me complace seguir su vuelo circular agrupadas o en pareja, y es de ver la gracia d3e su planeo tranquilo y reposado como resbalando sobre una invisible lámina, hasta que de pronto aparece el gavilán, que ése sí, se cierne con majestad en giros enseñoreándose del paisaje o queda como pendiente en el aire, inmóvil, ahuyentando con su presencia a las timoratas palomas.
Jesús no se ocupa nunca de las aves de presa, pero ve en las palomas su simplicidad, por su natural acercamiento al hombre, que las sustenta, confiadas. La paloma no es depredadora ni agresiva como el gavilán. Es cercana y doméstica, espejo en que mirarse sus discípulos. Sed simples como ellas. No finjáis ser complicadamente lo que no sois. Que no se os oscurezca nunca el limpio cristal del pecho.
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