Hoy día, para muchos, no es fácil creer. Hay un cerco de impiedad en torno nuestro, un insistente empeño en borrar todo indicio de creencia cristiana en la prensa, en la calle, en proyectos políticos, en los libros, todo muy bien organizado, y no parece sino que a los fautores de la trama organizadora les va mucho en tan innoble empeño.
Se ataca al creyente con encono y se tienden trampas y señuelos que desvíen al joven de todo compromiso con Dios, como el sexo, la diversión peligrosa y facilidades para el aborto impune que rozan el desprecio a la inteligencia. Entienden que en un mundo acanallado, Dios no tiene espacio.
Pero Dios está. Está en el corazón de los que le necesitan y comulgan con Cristo. A Dios no se le puede desterrar del abrazo crucificado de la verdad.. Y no hay que andar mucho para dar con él si uno se lo propone. En realidad, es él el primero en echar a andar hacia el encuentro. De hecho, está viniendo siempre. Viene paso a paso, sin hacer ruido, casi sin ser notado, y hay que descubrirlo a tiempo, para no ser sorprendidos.
Está viniendo siempre, cada día, a cada hora. Y hasta podemos no ver, pero si prever, discernir, los signos de su venida.
Viene en mi trabajo, en mis horas de ocio y distensión, en mi descanso. Viene a través de tal o cual persona que dice o hace algo que despierta en mí un buen pensamiento, viene en una noticia impresionante, en la lectura sana de un libro, en un suceso imprevisto.
Vayamos nosotros en marcha constante hacia él, que está ahí, a la vuelta de la esquina.
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