El dibujante humorista Máximo, siempre triste y genial, pregunta con irónica inocencia en una de sus humoradas: ¿A dónde van las sonrisas de los niños cuando dejan de ser niños? Evidentemente la disimulada sonrisa del dibujante al borbotar semejante malicia, no es tan inocente como pudiera parecer. La sonrisa pura del niño cambia el matiz inocuo de su sencillez, por el talante perturbador que imprime desvelar el secreto de la propia hombría que encubría la inocencia.
Jesús mismo, estos días, nos manifestaba, desde la liturgia, su preferencia por la sonrisa pura de los niños, concretamente por su desvalida pequeñez que los asemejaba al desvalimiento del pobre, del menesteroso, del excluido, de la mujer acosada. Y es que él había tachado el esplendor de su gloria para hacerse niño pobre entre los pobres, olvidado de Sí.
Dejad que los niños sigan sonriendo en el cerco alado de su inocencia, y para eso, dejad que los niños de acerquen a él.
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