domingo, 22 de agosto de 2010

La vida tiene una cerca

Jesús en su evangelio gusta darle al término puerta sabor simbólico. Es un término recurrente en él. ¿Dónde ponemos esa puerta que se abre y se cierra con muy distinto signo? Veamos.
La vida tiene una cerca sólo abierta hacia delante. No podemos ir ni hacia atrás ni hacia los lados, y el futuro, esa única puerta franca, está ahí mismo y nos arrolla a veces con incontenible empuje. Tal vez resulte triste recordarlo, porque hay verdades que sí amargan. Lo corriente es pasarles por encima el borrador del olvido para tacharlas y nos hacemos cuenta falaz de que, olvidadas, ya no están.
La vida tiene un límite, una puerta al final que hemos de franquear entre agobios o batir de palmas. Habrá quien se coja con vehemencia al último hilillo de vida y entrará de espaldas en el reino de la Vida; otros, con gozo, alborozados, porque descubrirán al punto gozosos la luz que nunca se apaga. Para éstos no hay límite, cerca ni sobresaltos; casi ni puerta que pueda cerrárseles: hay un puente levadizo.
Hay tiempo todavía, pensamos con descarada indiferencia. Y dejamos para más tarde lo que urge ya ahora mismo. Pero, bueno, ¿y qué hay que hacer? Muy sencillo: ponerse a buenas con Dios, amable compañero de viaje siempre. Ir hacia él ya desde ahora acendrando nuestra cercanía y solidaridad con el hombre, darse a su servicio, que es la cortesía cristiana de quien, ante todo, al asearse, lo hace en el espejo que es Cristo.
Nada más. Lo demás se nos dará por añadidura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario