Uno de los atributos del ambiente en que se mueve el Espíritu Santo es la libertad con que actúa y la que concede a quienes se dejan impulsar por él, dóciles a su voz.
He releído el pasaje evangélico de la transfiguración y advierto el diferente enfoque con que lo trata cada evangelista. El Espíritu Santo no dicta, de modo que el redactor escriba a ciegas como un autómata; el Espíritu de la verdad inspira “el misterio de Jesús y la profundidad de sus palabras”. Lo externo en el entorno en que Jesús se mueve, queda un tanto a merced de la interpretación que de esas verdades y hechos entiende que ha de darle el redactor, y esto:
- desde el sentido que esos hechos y dichos tuvieron en su momento,
- desde el que adquiere su vivencia inmediata en la primitiva comunidad cristiana,
- y la interpretación redaccional de cada evangelista, desde el más exquisito respeto a la verdad y el misterio de Cristo.
Esa interpretación enriquecedora nos ayuda a entender “el valor salvífico y de revelación que la Iglesia descubrió y nos transmitió”. Con ellos, podemos adentrarnos y desvelar más fácilmente la hondura de las verdades evangélicas. Así entiendo yo que es como lo explica un biblista conocido, al que me complazco en seguir muy de cerca, Camilo Maccise. El conjunto interpretativo de los evangelistas viene a ser como la descomposición de una misma luz en los colores diversos del arco iris.
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