El rigor de la austeridad no tiene ni por asomo sitio en la opípara y ruidosa mesa de los potentados. Se puede brindar por los sobrios beneficios de la austeridad, pero ella no brinda, porque es abstemia.
Es altamente significativo que un joven rico, acostumbrado a no privarse de nada, temeroso no obstante de Dios a quien respeta y a cuyos deseos trata de asimilar los suyos, pretenda alcanzar la perfección de su conducta, sin mover ficha. No repara en que una cosa es la bondad y otra la perfección que supone llevar a la cúspide de todo primor esa bondad.
Al entender contrariado el joven rico que dicha perfección conlleva volcar en la cuneta del desprendimiento sus riquezas, descubre asombrado que no quiere ser perfecto, y entonces agacha la cabeza entristecido y se aleja de Jesús lentamente, con quien hubiera querido convenir cómodamente.
El peligro de toda ensoñación es empeñarse en hacerla realidad, y sucede que cuando el hombre intenta dar con lo que no puede alcanzar, convierte en sueño su propia ambición, “ y los sueños sueños son”.
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