Los filólogos, que son gente especializada en hurgar en los entresijos de la lengua, llaman archisemema a un determinado número de palabras clave de amplio sentido, que abarcan en su denominación un conjunto de términos subsidiarios, implícitos en el sentido más abierto de dicho vocablo señero. Por ejemplo: el verbo hacer, acogería bajo sus alas como gallina clueca, a todos los verbos que signifiquen llevar a cabo una actividad cualquiera, como trabajar, producir, obrar, labrar, ejecutar, realizar, elaborar, forjar, efectuar, etc. Y en el sector de los sustantivos, la palabra cosa comprendería todos los objetos posibles. Y entre esos objetos, hay un vocablo que, a su vez, haría de archisemema subalterno, como vasallo suyo, de más reducido sentido: chirimbolo.
Su uso ordinario, poco preciso y un tanto descuidado de esa palabra, se referiría a cualquier trasto. Un cachivache cualquiera sería un chirimbolo, y así es como decimos de un micro: ¿Quién ha puesto aquí este chirimbolo? E igualmente, sobre la presencia incómoda de un cortacésped en lugar inadecuado donde estorba, protestaríamos: ¡Llévate de aquí este chirimbolo.
Creo no equivocarme si añado que al uso de semejante engendro lingüístico, solemos darle cierto matiz despectivo, y sustituimos la palabra de significación propia, micro, cortacésped, aparato, por esa otra más innoble, más abstracta y displicente. El hecho es que un amigo ha adquirido un sofisticado disco duro inalámbrico, y ahora, acostumbrado a usar discos DVD para archivar sus escritos, no sabe qué hacer con semejante chirimbolo.
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