Es uno de los acontecimientos anuales más simpáticos de la vida religiosa local.
Los franciscanos y un grupo inicial de devotos salen en procesión, desde la Iglesia de San Francisco, antes de atardecer, portando la imagen de los Santos Mártires Juan de Perusa y Pedro de Saxoferrato, y llegados al centro de la ciudad, recogen en primer lugar, ante el Ayuntamiento, al Señor Alcalde y la corporación municipal, para pasar seguidamente a hacer lo mismo con el Sr. Obispo o, en su ausencia o defecto, al Vicario episcopal, como en este caso. Y se procede ya al regreso hacia la iglesia franciscana.
Durante el trayecto, van integrándose, uno tras otro, a la procesión los niños de más tierna edad, como en nueva afluencia de vida y porvenir, cuyos carritos empujan sus padre. Llegados que son al convento, se celebra la misa, sin faltar las felices muestras de la presencia juguetona de los pequeños, siempre inquietos: unos lloran, otros gritan o corretean por la nave, hay quien ríe travieso escapando de las manos temblorosas del abuelo, mientras los más duermen ajenos a todo, envueltos en su propio silencio.
Se conmemora así el favor singular de nuestros Mártires, durante una epidemia que atacaba a los niños de la ciudad, en el siglo XVII, que morían descompuestos y deshidratados, sin posible curación en tan dura y lejana ocasión. Sin embargo, los niños que accedían al brocal del Pozo de los Mártires, excavado por ellos en el siglo XIII, al beber del agua, recuperaban la salud prodigiosamente.
Había sido la Corporación precisamente la que rogó ya entonces sacar las reliquias de los santos, en procesión, para atajar tan fatal epidemia, y en agradecimiento, se viene celebrando desde entonces esta festividad, conocida vulgarmente como la procesión de los cagones, razón por la que es al Alcalde y Corporación es a quienes recoge primero la procesión, devolviéndoles su feliz protagonismo.
Que los Mártires sigan mirándonos benévolamente a todos los que conmemoramos sus inexcusable intercesión.
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