martes, 3 de agosto de 2010

A cuenta de un manuscrito


Cada vez me persuado más de que el progreso desaforado, como el vértigo y el abismo, siembra oscuridades.

Tengo entre las manos un libro manuscrito de los años 1700 y sorprende la elegancia de los rasgos de su escritura, que sabemos fluía del extremo afilado de una pluma de ave bien cortada. Se valoraba entonces el arte de la caligrafía ejercido por cuidadosos pendolistas, que es como se llamaba a la sazón a los buenos calígrafos del momento.

Cada vez nos alejamos más del uso esmerado de nuestras manos. La cultura se va desangrando a los pies de la gananciosa economía y los avances de técnicos del ordenador sustituyen la gracia de una buena letra, ese antiguo espejo de nuestro yo.

Tal vez, no nos percatamos de que es la máquina la que desplaza la sensibilidad del hombre. Yo mismo, llevado de la comodidad, en este mismo instante, estoy escribiendo este mensaje en un ordenador de lo más insensible, para alimentar el diario personal de este artilugio tan a la mano que es un blog.

Cultivemos nuestra cultura y no se ajarán las flores que cuida la inteligencia. Volvamos a la lectura reposada de un buen libro, ese otro amigo del hombre, a la sombra de un árbol, y el disquete no vaciará el tesoro inmarcesible de las bibliotecas. No pisemos los retoños incipientes de esos arbolitos que es la vida aún no nacida del niño, y no encenagaremos las fuentes de la vida.

Dios, a su modo, nos está diciendo que, matando la naturaleza y sus leyes inviolables, envenenamos nuestra misma historia. La perversidad se tapa los ojos con las manos.

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