Una termita es un bichejo ínfimo de minúsculo tamaño, pero terriblemente voraz en el silencio oscuro de la madera. Su tarea es silenciosa y paciente, casi hipócrita, capaz de convertir un valiosísimo artesonado mudéjar en un montón de asqueroso serrín.
Y ahora sucede que también una sola termita puede convertirse a su vez en un valiosísimo ejemplar insólito, al aparecer inmersa en un trozo de ámbar como el que acaban de descubrir en Sant Just, Utrillas, del que se hacen eco los paleontólogos de todo el mundo. Ha permanecida atrapada en la transparente resina la friolera de 110 millones de años, de modo que ya ha merecido un nombre que designe a tan raro ejemplar, único en el mundo, Aragonitermes teruelensis (turolensis sería más apropiado).Un ejemplar perteneciente a un género desconocido, del que se ha preservado sólo un ala. Es suficiente.
Millones de años sin poder ensayar un simple aleteo, pero ha cruzado imparable la inmensidad del tiempo hasta nuestros días. Lupas, ojos escrutadores, microscopios electrónicos, rivalizan por estudiar su perfil anatómico con ávido interés. Ya no está sola. ¿Quién le diría a una termita insignificante, retenida por unas diáfanas gotas de resina en la piel de un árbol, que, desde un día impensado, será ya para siempre la diana científica de investigadores y curiosos?
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