martes, 12 de julio de 2011

¡Ay de ti!


Procede con extraordinaria ligereza quien pide un milagro a Jesús como quien pide un vaso de agua. La mano prodigiosa de Jesús no procede por capricho, sino que todos sus actos, sus palabras, están medidas, y alcanzan un justo valor que exigen a cambio un tributo de fe. Algo que los incrédulos no saben ver. Hay con todo a quienes esos prodigios producen admiración, por más que no les mueve la voluntad; y no faltan quienes sí que saben generosamente dar algo de lo suyo a cambio. No esperemos ni pidamos a Dios favores desmedidos ni inoportunos. La misma presencia de Dios en nuestra vida es ya un milagro constante que la fe sabe tasar agradecida. Pidámosle que nos dé el sentido de adivinarlo siempre en todo lo que vemos y en el milagro cotidiano de nuestra propia vida.

Reflexión: Animales de compañía

El perro, además de amigo del hombre, se ha convertido en el animal de compañía por excelencia. Contando con los casos excepcionales de cuanto consideramos normativo, es costumbre común que todos, pequeños y grandes, tienen o sueñan con tener un perro en casa, grande, pequeño o insignificante, que los hay, y aunque parezca mentira, también ladran. En tiempos, su finalidad era espantar a los cacos. Ya no. Se tienen porque sí. Los hay modositos, iracundos, amables, timoratos, peligrosos. Hay donde elegir. Una familia sale a pasear a su jauría de perros. La señora conduce uno entre normal y respetable, de color canela; el esposo es arrastrado por un enorme can, negro como un disgusto; el niño juguetea con otro feliz a su medida; la niña mima a un simulacro de perrillo minúsculo de increíble tamaño, entre perro virtual y juguete animado. Estamos en la edad del perro, digan lo que digan los chinos, y su importancia social es tal, que en torno suyo se ha creado toda una industria canina de alimentación con que cebarlos, correas extensibles, bozales de advertencia, ajustada vestimenta invernal como chalecos perrunos, coquetona peluquería y un sector sanitario atendido por expertos veterinarios de la especialidad. Qué pena que aún no se haya inventado el mantenerlos calladitos durante la noche, por más que según dicen ladran para ahuyentar el miedo, aunque también nuestras necesidades de silencioso descanso.

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