Jesús, al bendecir la mansedumbre en la ley evangélica de sus bienaventuranzas, invitaba a sus seguidores a ser como es él, que en la Pasión, frente a quienes le torturaban, no abrió la boca ni para quejarse.
No sabe amar quien no vive en paz. La mansedumbre es el umbral acogedor de la paz.

Arrecian los calores estivales y la gente, para mitigar sus rigores, recurre desde el eterno y juguetón abanico o el endeble pay.pay, al blanco aparato refrigerador, más efectivo, o al ventilador, fingidor de brisas domésticas. Y siempre, a cielo abierto, al refugio protector de la sombra y el chapuzón en el agua.
El excesivo calor nos lleva a añorar las mediocridades del otoño dulzón y la primavera tan pasajera siempre, cuando no fríamente infiel. No nos engañemos. El verano es, cuanto menos, inevitable. Y no carece de sus delicias exclusivas, como la descansada relajación de las vacaciones y el tórrido letargo de la playa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario