Interesa mucho poner toda nuestra estima descubrir el valor del Reino de Dios, que es el reino del amor, que es lo que pretende Jesús en sus parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa.
La escala de valores del buen discípulo, tiene en el Reino de Dios su cota más alta, a la que ha de supeditarse todo. Es lo que hace Francisco de Asís: despenderse de todo para hacerse con Dios a cambio.
Los valores de Reino convierten en secundarios y relativos todos los demás valores que mueven la actividad del hombre. Jesús proclama la valía del reino de Dios como un tesoro escondido de incalculable valor, que una vez descubierto, no aconseja sino a saber desprenderse a tiempo de todo, por valioso que se nos antoje, para cambiarlo por él.
No hay mejor negocio: saber canjear oportunamente nuestras cosas por las de Dios, que comporta la posesión divina.
Pero,¿dónde queda escondido ese tesoro? Está escondido en la misma palabra de Jesús, en la riqueza de su mensaje, y de ahí que, como en la parábola de la simiente, la cuestión arranca de entender o no el divino mensaje. Es la raíz de su descubrimiento.
Reflexión: El precio del amor de Dios
También para Dios la muerte de su Hijo tiene un precio incalculable, porque su valor no lo marcan números, sino la valoración insondable y divina del corazón de Dios.
Solemos decir que el amor no tiene precio, y justamente es precio de amor el que habría que asignar a la sangre muerta de Cristo, una sangre, en ese sentido, inapreciable, que nos compromete, ya que los beneficiarios quedan obligados a pagar también en correspondencia con amor, todo el amor de que seamos capaces, justamente por eso, porque no podemos pagar ni siquiera aproximadamente, en su justo precio, al que lo tiene infinito.
No lo hagas si te duele hacerlo, y Cristo crucificado te será eterno reproche, a gritos de sangre, por tu insensata falta de correspondencia. Caín lo entendería al punto perfectísimamente.
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