La figura de Jesús no deja indiferente a nadie. Se está con él o contra él. Y así, sucede que, ante un prodigio como desatar la lengua de un mudo, sus adversarios, sorprendidos y confusos, se las ingenian de inmediato para desautorizarlo sea como sea, en tanto que la gente sencilla se admira y da gracias a Dios con espontaneidad y entusiasmo.
Son dos perspectivas contrapuestas sobre Jesús, visto desde la bondad o desde el empecinamiento arbitrario de la repulsa.
Siempre fue así luego, y nosotros los cristianos no debemos asustarnos de que, junto a quienes no creen porque no alcanzan a descubrir el verdadero rostro de Jesús, la maldad se enmascare en la retórica amañada de algunos y las falsas apariencias de sabiduría y corrección de otros.
Que Dios nos dé el don de la simplicidad que le descubre verdadero y la fe que nos permite vivirle con claridad y en plenitud.
Reflexión: Pan y vino El pan y el vino han sido considerados por nuestros antepasados alimentos básicos imprescindibles. Con pan y vino se anda el camino, rezaba pletórico de convicción el refranero. Es comprensible que en el lenguaje bíblico, el pan cobrase sentido simbólico, bajo la comprensión de todo lo necesario para la vida. Es lo que intentamos expresar también nosotros cuando, con palabras de Jesús, suplicamos a Dios que nos conceda disponer de aquello que cada día nos exige la existencia. Nos urge cada día una porción suficiente de amor al prójimo, nuestro espacio de tiempo para saber, cada día, estar entre los que no tienen nada o apenas tienen, un nuevo impulso para que la esperanza nos anticipe la alegría de vivir ya eternamente con él, un corazón donde la tolerancia nos llene de humilde comprensión del otro, unas palabras de perdón por quien tal vez no sepa todavía perdonarnos, desnudarnos de vanas preocupaciones que a nada conducen, a sabiendas de que, como los lirios del lirios del campo, la providencia nos tiene situados, cada día, a la sombra blanca de su generosidad.
¿Y el vino? Al vino se le atribuyen calidades medicamentosas restauradoras de la integridad corporal, alegrando como prueba el pulso de la vida. En el parco yantar de los monjes, el vino era denso acompañante necesario, del que no convenía prescindir en pro de una vida sana.
Pan y vinos eran ingredientes primordiales de la cena pascual. Era razonable que Jesús, a la manera de tan histórica celebración, se hiciera realmente presente, mediante el Espíritu, en el pan y el vino de su cuerpo y sangre, con que comulgamos con él.
Danos, Señor, nuestro pan de cada día.
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