domingo, 17 de julio de 2011

El reino de Dios

Tres parábolas, la del trigo, la mostaza y la levadura, sobre el reino de los cielos:

1.El trigo personifica la bondad de los hombres de bien frente a la cizaña. Dios no tiene prisa por erradicar el mal, si con ello ha de perjudicar el bien de los que le siguen. Es el equilibrio de la obra divina, manifiesta en la paciencia con que procede siempre Dios en toda situación de crisis. Frente a la actitud precipitada de los obreros, Dios prefiere contenerse y esperar. hasta el momento justo de poner a salvo a los suyos.

2.La simiente casi impalpable de la mostaza dará un arbusto cuya fronda dé conijo a las aves del campo, a la manera del Reino de Dios, de cuya simiente la incipiente iglesia alcanzará alturas y espesuras impensadas. Sabemos que, un día, el reino de Dios se adueñará del corazón del hombre, por más que no le ayudamos demasiado a extender el reino de su amor entre los hombres.

3. La tercera parábola viene a decírsenos que a los ciudadanos del Reino de Dios les incumbe ser fermento de bondad y testimonio de la presencia de Cristo en la masa del mundo, donde vivimos, y de la que estamos destinados a darle crecimiento, como hicieron los apóstoles y aquellos primeros seguidores de Cristo, pocos en número, pero eficacísimos en su labor evangélica. Experimentemos en nosotros mismos esa condición de ser trigo, prieta fronda acogedora y fermento de Cristo, desde la claridad de una vida entregada a los demás por el amor de Cristo, porque el Reino de Dios está entre nosotros si sabemos estar con él.


Bagatela: Marina con gaviotas

A una marina no le pueden faltar unas gaviotas que surquen plácidamente el aire salitroso del mar. No hay paisaje marino sin el trazo blanco y sostenido de unas gaviotas de amplias alas firmando cielos. Uno se resiste a creer que un ave de tan elegante corte resulte ser, según pregonan malas lenguas, un pajarraco carroñero. De nuevo, aquí también, las apariencias encubren lo que no es fácil intuir; y el hallazgo te deja como un dejo amargo que uno no quisiera para otro. Y uno se distrae.

Queda todavía ahí el añil del mar, el horizonte interminable, quedan esas otras alas caídas, inmóviles, geométricas, de unas barquillas lejanas, queda el apagado rumor del mar. Una pausa contemplativa.
En esto acaba el intento inicial deslavazado de pergeñar una marina luminosa y limpia como un celaje huidizo, como una nubecilla blanca.

Bien dice el pintor realista que es Antonio López que un cuadro no acaba nunca. Su laboriosa realización es interminable.

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