domingo, 31 de julio de 2011

El pan de Dios

En las horneras manos de Dios, el pan es un valor inagotable. El el trigo de la bondad que hay que proteger de la cizaña, las espigas estregadas que alivian el hambre sabático de los discípulos, el pan nuestro de las necesidades cotidianas, el pan con peces de la multiplicación, el pan eucarístico.

El pan hace presente a Cristo en la mesa del altar mediante el Espíritu de Dios que hace sus veces en la Iglesia. Hay que comer de ese pan y beber de esa sangre, aunque se escandalicen los sabedores que no se saben a Cristo. Quien no alimenta su fe con el alimento que es Cristo, languidece y muere.


Bagatela: Un manuscrito

Tengo ante mí un libro manuscrito en 1722. La mano que lo escribió usó de una pluma de ave que, de vez en cuando, tenía que perfilar con un cortaplumas para mantener firme el bisel, que tenía seccionado para la fluencia de la tinta. Y el resultado es espléndido. El autor, un fraile franciscano aragonés, hace gala de una elegante caligrafía de bellísimos rasgos, sin excederse en adornos ni siquiera en las letras mayúsculas.

Es con toda evidencia un fraile grave y austero, amante de la verdad escueta, cuidadoso sin meticulosidad, y el espejo de su caligrafía le delata y nos habla gratamente de él. Hoy, que todos escribimos desde el automatismo práctico del ordenador, con toda suerte de posibilidades al momento de corregir, modificar, tachar, trasladar textos de un lugar a otro, de memorizar lo escrito, la caligrafía va perdiendo la estima en que siempre se la tuvo. Vale la pena poder disfrutar todavía de la obra manuscrita de un fraile que sabía de la seriedad fructífera del silencio, del pobre retiro de una celda suficiente, aunque estrecha, y de la obra bien hecha.

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