sábado, 5 de noviembre de 2011

Dios y el dinero


Dios y el dinero no se avienen bien. El dinero es el icono del tener y ser para el mundo, frente a la desnudez del desprendimiento de ser para Dios. Donde el dinero llena de oscuridad el corazón del hombre, a Dios no se le ve, porque no tiene cabida en él. El dinero representa en la Escritura la enajenación de la bondad que reverdece en la generosidad del que se da y en la entrega misma.
El dinero edifica el altar donde idolatramos nuestro egoísmo. No se os ocurra poner sobre el mantel impoluto del altar de Dios dos velas, una para honrarle a él y otra para honrar el dinero. Esta otra, amarilla de azufre, la enciende el diablo.


Reflexión: Las campanas de la iglesia

Con los primeros rigores del otoño, las campanas de la iglesia arciprestal tocan a difuntos cada poco, con esa cadencia lánguida y premiosa con que expresan repetidamente la seriedad del trance mortuorio. Otoño y ancianidad son coincidentes. La palidez otoñal y la que induce la enfermedad con su única afinidad palmaria.
Las campanas disponen de un código suficiente con que cifrar los signos expresivos de su lenguaje. Facilita así, de grave manera unas veces y de alegre y cantarina otras, la manifestación de la tristeza o el júbilo de sus acontecimientos sagrados.
En fiestas señeras como navidad y pascua sus campanadas vuelan como amplias mariposas enloquecidas por todo el ámbito local. Ahora son lagrimones los que se vierten para despedir a un parroquiano que se ausenta en busca de Dios.
Así fue siempre, porque la vida y la muerte acotan nuestra vida como en un paréntesis que define el tiempo. Estas despedidas sin retorno, al borde de Dios, son otra clase de hojas muertas que se lleva consigo el viento otoñal, siempre malhumorado y tristón.

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