Jesús está más cerca de los que más le necesitan. Los sabios se bastan a sí mismo, y no sospechan que le puedan necesitar. Sabios eran en la época de Jesús los escribas y doctores de la ley. A Jesús le suponen un intruso en el ámbito exclusivo de los sabios.
La gente sencilla es otra cosa y admiran lo que Jesús dice, porque tiene palabras de vida eterna, y da gloria a Dios cuando un prodigio inesperado les deja pasmados.
Jesús, que conoce al Padre, le da gracias porque capacita a los más simples para que entiendan y acojan sus misterios, y da de lado a los que los rechazan. Comprenden los misterios de Jesús cuantos los viven. Ser cristiano es eso; vivir la palabra sabia de Jesús, desde la sencillez de saber amar, saber perdonar y no sentirse rebajados al servir.
El abrazo de Jesús y Francisco
El anagrama y sello representativo de la Orden franciscana expresa hasta qué punto san Francisco de Asís es imagen fiel de la santidad de Cristo. Muestra los brazos crucificados de ambos, entrelazados sobre una misma cruz. Murillo expresó admirablemente esta seráfica realidad en un cuadro donde Jesús desclava una mano de la cruz, para facilitar el apretado abrazo en que se funden Francisco y él. Francisco había tatuado su corazón con el nombre sacrosanto de Jesús. Supo vivir abrazado a Cristo asumiendo su evangelio hasta encarnarlo en su propia vida. Y en tanto lo veía todo por los ojos fraternos de Cristo, criatura de Dios como él, toda la creación se hermanó con él. Vivir a Cristo es eso, representarlo transparentemente de continuo y con sinceridad en el escenario cotidiano de las propias vivencias.
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