En Israel, al invierno sucede el verano casi sin transición; son las yemas en las todavía desnudas ramas de los árboles las que anuncian la inminencia de la floración estacional. Y por semejanza, Jesús devela que, llegado el tiempo, los signos destructivos de cuanto pueda significar la pujanza, fasto y fortaleza del templo, anunciarán que el reino de Dios empieza a asomar por el último horizonte de la historia. Todo es caduco y frágil, todo pasará. Sólo sus palabras son perdurables.
Reflexión: Un nubarrón
¿Hay algo más densamente feo y temible que un nubarrón? El nubarrón plomizo, oscuro, desnudo, obsceno, representa una amenaza. Puede diluviar y arrasar los campos con una ruidosa granizada, que es la plaga egipcia de las tormentas. Estos augurios de ruina han enseñado a rezar a muchos y sabe de rogativas plañideras. El fantasma tormentoso del nubarrón aparece cegando el horizonte y acobardando a la luz del día, avanza con lento rodaje entre latigazos de rayos de rota trayectoria y cuando ha invadido el cielo, se desploma resuelto en aguacero atropellándolo todo; a veces, pasa de largo desganado como un vuelo de negros presagios. Se instala la calma en el ánimo labriego y los negros paraguas vigilantes se cierran y vuelven al retirado rincón de costumbre.
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