
Conviene considerar de qué lado estamos nosotros, si entre los pecadores que buscan reconciliarse con Dios, o entre los que se resisten a volver a él con pronta y humilde contrición. Mientras tanto, Jesús nos busca, nos está buscando siempre anhelante, incluso cuando andamos más pendientes de nuestros asuntos que de la alegría que él siente cuando resolvemos volver a él con determinación.
Reflexión: El jardín olvidado
He leído en algún sitio el anuncio de una novela reciente, titulada El jardín olvidado. Ignoro su intriga y desarrollo.
Pocas cosas tan tristes como un jardín olvidado. Durante años he pasado por delante de una casa, tipo chalet, cercada por una verja roñosa, a la que se accedía por un corto tramo de escalera que, a un lado y otro, partía en dos un jardín. La casa la supuse abandonada, los cristales de las ventanas rotos y una persiana desvencijada colgando sesgadamente de una sola esquina. El jardín, olvidado por sus antiguos cuidadores, daba pena. Un jardín olvidado es como un icono de todos los olvidos y todas las ausencias. Un niño huérfano es un jardín olvidado, un anciano solitario, un obrero sin trabajo, el llanto a escondidas por un amigo muerto, son trasuntos de ese jardín que no tiene quien lo cuide, y es de agradecer que, llegada la primavera, entre el marasmo de vástagos espinosos de un rosal sin podar, asido a los barrotes de la verja, una rosa perfecta se asome por entre ellos y se haga querer y admirar, nimbada de enrojecida luz y sutil aroma.
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