miércoles, 2 de noviembre de 2011

Los fieles difuntos


Amigos y familiares merecen nuestro recuerdo dolorido. Y las lágrimas son buenas en estos casos, pero las lágrimas no salvan. Importa que Dios se apiade de ellos, que limpios de toda mancha, los acoja en la gozosa paz de su reino. Lo recitamos al invocarle: Dales, Señor, el descanso eterno y brille sobre ellos la luz eterna.
Dios no está al margen de nuestra vida; reside en la raíz misma de nuestra existencia; existimos por él, y parece lógico entonces que existamos para él.
La fe es la que nos acompaña al momento de rememorar cómo Dios mismo vino a compartir nuestra propia vida sin reservas; atravesó incluso la angustia de la muerte, no sin antes franquearnos el camino que conduce a él, abriéndonos con su resurrección la brecha que nos conduce a la plenitud de la vida.
Esta es nuestra fe: que todos los que viven a Jesucristo, están llamados a compartir su resurrección. Es lo que pedimos por nuestros deudos, familiares y hermanos, por quienes esperamos de Dios, que valorando la buena voluntad de sus corazones, les haya condonado sus debilidades.



Reflexión. La hermana muerte

Así es como, personificándola, gustaba llamarla Francisco de Asís. Para él, la muerte no era una desdicha, sino la leve puerta dorada que da a Dios. La vida es una singladura, y el mar, el tiempo, entre allanadas calmas y agitados oleajes. Al final, asomado ya a los brocales de Dios, uno cuenta con lo que ha ido acopiando en vida: darse de bruces con Dios o con los afilados arrecifes de la nada. Cada cual ve la muerte según el concepto que tiene del mundo y de Dios. Gracián, con frase ingeniosa y escueta, decía que la muerte, para un joven, es un naufragio; para un viejo, la feliz llegada a puerto. Woody Allen, ácidamente, desde el agrio humor de sus intuiciones, expone su deseo de no estar allí, en trance tan definitivo, cuando le llegue la hora. Difícil intento el suyo. Pensemos nosotros, con Gracián, desde el calor de una amable alegría, en ese puerto interminable de la acogida amorosa de Dios.

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