domingo, 6 de noviembre de 2011
Vírgenes prudentes o necias
El evangelio de las vírgenes prudentes es como un anticipo del adviento y primer ensayo de su actitud de saber esperar, frente a quienes viven en la despreocupación y la indiferencia, como quien duerme en vez de velar, y despierta a destiempo. La parábola mide el acierto de unos frente a la equivocación de los otros, desde los resultados consecuentes de la conducta humana, consistentes en participar del banquete de Dios los unos, avisados y despiertos, frente a los negligentes, que se dejan sorprender por su propia exclusión del corazón de Dios. De nada servirá a estos tales querer enmendar la plana atropelladamente cuando ya es tarde. Hay que prever primero, para no verse sorprendidos después. Una palabra resume todo el contenido de la parábola de Jesús: velar; hay que velar, hay que vivir ojo avizor, siempre vigilantes, porque nadie puede adivinar la hora de llegada del Señor, que viene sin ser visto. Vigilar es estar pendientes de él, como él lo está de nosotros, porque es el corazón el que espera. Y es que sólo el amor sabe esperar, ya que anhelar a Dios de verdad, suscita incontenible sed de él, como tierra reseca, agostada, sin agua, que reza el salmo.
Reflexión: ¿Llueve o no llueve?
La alternativa es ésa. Es curioso cómo influye el tiempo de tan decisiva manera en los estados de ánimo de la persona. Somos marionetas del tiempo que haga. Un día espléndido, rebosante de sol, nos llena de placidez como un soplo expansivo de vida que nos impulsa a salir fuera, libres como pájaros. El invierno es triste y nos recluye en el cobijo caliente de la casa. En estos tiempos, otoño todavía, sufrimos días bobalicones, sosos. Ni llueve ni cesa de llover. Se diría que el tiempo, babosea como un bebé. El cielo, pesado, atascado de nubes grises, ha bajado su techo opresor. Y sigue lloviendo una especie de no lluvia indecisa. Y esta indefinición se traduce en un estado anímico dudoso como de decaído malestar y tediosa monotonía. Uno se siente desabrido. Y sigue lloviendo y lloviendo, con esa lluvia antipática y remisa que quiere y no quiere. Como los niños malos.
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