Solemos hacer uso de los convencionalismos, si no a capricho, si con cierta arbitrariedad. Es lo que ocurre al asignar significado a los colores. El color amarillo, no sé por qué, es el color de la prevención, ya que anuncia siempre peligrosidad. Una bandera amarilla en un barco solitario amarrado en el puerto, indica que está en cuarentena. Un logo de ese mismo color en una instalación nuclear, avisa del riesgo al incauto que se aproxima como si tal cosa. Pero, ¿por qué el amarillo y no el morado, tan triste él?
Sea de ello lo que fuere, el amarillo, lejos de todo alarmismo, ha pasado a ser motivo de rareza en cosas intrascendentes. Los beatles hicieron famoso a un presunto submarino de ese color, y luego, por mimetismo, una pegajosa canción nos habló de un tractor que era igualmente amarillo, como si se tratase de maquinaria pesada de obras públicas. Ahora, se anuncia también, en las librerías, un relato literario de unos cocodrilos de ojos amarillos.
Puestos a romper moldes, que es lo moderno,¿por qué no? Un pintar cualquiera pinta con toda la alevosía del mundo una cara de un verde malva, un árbol de color rojo y un río tintado de un matiz rosa pálido, como la mejilla de una joven. Yo, por no ser menos, me complazco en imaginarme ahora un perro azul comiéndose un manojo de amapolas amarillas. ¿Y qué?
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