Tomar la propia cruz es una acertada locución que estrena el evangelio de Marcos, antes que la hagan suya Mateo y Lucas, con referencia al madero que, a duras penas, hubo de arrastrar Jesús por las callejas de Jerusalén. Se trata, pues, de un modismo cristiano con que se expresa muy ajustadamente la enseñanza evangélica del compromiso de tachar el pecado con plena determinación, toda vez que su malicia impide seguir el único sendero que va a Dios.
Cargamos con nuestra cruz cuando asumimos las pruebas con que el cristiano templa su integridad, con la esperanza puesta siempre en los divinos ojos de la eterna bondad.
A menudo, coronar la pendiente, doblados bajo el peso de la propia cruz hacia la de Cristo, es tarea ardua, porque lo es el Calvario, pero en todo caso, el disfrute del amor a Dios nos resarce de tan dolorido esfuerzo, por más que disponemos además de un cirineo que se sabe bien el camino, un cirineo adorable que ni lo tuvo el Hijo de Dios: Jesús mismo.
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