Hallazgos recientes de pinturas rupestres, ponen a Teruel en la mesa del interés cultural, desde la cabecera de todos los noticiarios. Es bien sabido que sus montes son ricos en abrigos donde el hombre paleolítico hizo alarde del dominio del dibujo y una paleta austera del color por la pobreza de recursos con que contaba para su ejecución en tan remota edad.
Contrasta la imagen arisca con que conceptuamos el entorno y usos salvajes de aquellos ancestros nuestros, con las delicadas siluetas que la mano prehistórica diseña sus animales más cercanos y no menos la naturalidad con que encarna la recia corpulencia de ciervos y caballos.
Es explicable que el hombre inquieto de nuestros días, rebosante como un bodegón de todos los frutos de la cultura, se sorprenda ante obras anónimas, pintadas magistralmente hace 15 mil años, valiéndose de pigmentos tan elementales como el carbón vegetal, tierras ocres o roja sangre animal, disueltos en grasa para poder untar los trapos caseros que hacían de pincel.
Hay ahora un proyecto europeo de declarar Itinerario Cultural los Caminos del Arte Rupestre, que entre otros encuadra tres parques que atesora la provincia turplense, delimitados por denominaciones comarcales, y que son el de Albarracín, en del Maeztrazgo y el del Río Martín. Ojalá que sirvan estas disposiciones para proteger con eficacia bienes históricos tan valiosos e insustituibles, de la mano grosera del ubicuo patán descerebrado que se complace neciamente en menoscabar lo que no entiende hasta incluso destruirlo.
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