La masada es, en Aragón, el equivalente de la masía castellana, constituida por tierras de labor y vivienda, con estancias para recluir el ganado. Durante siglos, la suya fue la arquitectura rural del campesinado turolense, en un medio natural que medían las nubes, las cosechas y las estaciones del año.
Quedaron vacías, por fuerza mayor, para ahogar el suministro ordinario de que se nutría la rebeldía terrorista del maquis. Se fue con ellas una forma de vida natural al aire libre, de carácter autónomo, persignadas por el trabajo arduo y la austeridad, que forjaban el temple recio del hombre del campo, labriego y pastor. Hoy se pasa ante el silencio de sus ruinas, mal selladas por el abandono, sin más testigo vivo que unos chopos cabeceros ya incultos o unos álamos.
Según leo, se habla ahora de recuperar su memoria y estudiar su peculiar arquitectura, condicionada por el cultivo de tierras inmediatas y la contada cabaña familiar. No deja de ser un modo afectivo de acercarse a ellas, desde la nostalgia, bien que ya no estén.
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