miércoles, 9 de junio de 2010

Tu ciudad, tu calle, tu casa, son tú mismo


La ciudad es una prolongación de tu casa, el contexto humano que condiciona tu vida y te hace ser de una manera singular y concreta. La casa tiene algo de nido, y un nido comporta el árbol.
Te gusta viajar y un día emprender un viaje o cumples con una obligación perentoria en otro sitio distinto al que hay que desplazarse; y apenas pasa un tiempo, echas de menos el lugar donde habitualmente vives, tu calle, tu casa, ese recoveco en que te desenvuelves y tienes a mano todo lo corrientemente necesitan para desarrollar tu vida, para llevar a cabo tus menesteres, para llegar a ser día tras día. Eres como la mariposa enclaustrada en su ajustada crisálida de seda. No trates de sacarla de ahí; la matarás.
Y entonces, descubres que si la ciudad es la prolongación determinante de tu casa, la casa es prolongación de ti mismo, tal vez hasta tú mismo eres tu propia casa. Somos caracoles que llevamos integrada en la propia vida todo lo que nos rodea y confina. Lentos caracoles, esos húmedos seres babosos, rastreos, desconocedores de toda premura a los que el tiempo no acucia, porque ni saben que existe el tiempo. ¡Bueno! Tampoco es eso. No es exactamente así, porque, entre otras cosas, si fuera así, ¿para qué entonces las prisas?.

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