Sonada procesión la que se anuncia para la tarde del 19 de agosto de 2011, por el paseo de Recoletos de Madrid, que reunirá de insólita manera, para dar cuerpo y vívida presencia a cada escena del Vía Crucis, grupos escultóricos procedentes de toda España, elegidos de entre los más artísticos, con siglos de antigüedad en su currículum particular. Es como un fervoroso recorrido por la historia de la piedad del pueblo cristiano. De osada iniciativa se ha calificado semejante hazaña religiosa, cuya presidencia ostentará Benedicto XVI; venturosa osadía, diría yo.
Con tan sobresaliente gesto, se trata de mover el tardo corazón de sus asistentes más fríos, alejados de la práctica cristiana, y se justifica, de muy singular manera, por el noble intento de “acercar los jóvenes a la fe”.
Conviene reparar en que la escultura religiosa ha perseguido siempre una finalidad catequética, y de ahí su fidelidad teológica y su realismo, porque no es otro el propósito que encierra también ahora esta manifestación de la piedad popular que inspiró ese admirable cúmulo de imágenes, como las que podrán presenciarse con tal motivo. Me complazco en imaginarlo todo como un evangelio vivo, en un museo del lacerado amor de Dios, al aire libre. Bendito sea Él.
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