jueves, 17 de junio de 2010

El modernismo turolense

Teruel es una pequeña y prieta ciudad amurallada que juzgan todos sus visitantes como muy arreglada y bonita. Quizás no sea decir mucho, pero hay que entender esa expresión como un modo fácil de manifestar el agrado que produce su aspecto urbano en el ánimo de cuantos la recorren admirados.
Las guías turísticas con que organizar provechosos recorridos por sus estrechas callejas, destacan, en otras cosas dignas de ser notadas, la singularidad de sus edificios modernistas, que acreditan a un grupo de arquitectos, como el tarraconense Pablo Monguió, autor de sus más logrados especímenes, en torno a los años 1900. La Plaza del Torico y calles aledañas que dan a ella, lucen sus ejemplares más notables.
Son edificios tocados por el dedo del modernismo catalán. Motivos vegetales de consistencia bulbosa a que nos acostumbran la pintura sensual del momento, la esbeltez de trazos verticales que recuerdan el neogótico de la Sagrada Familia de Gaudí, cerámica y mosaicos intensamente coloristas, cerrados trazos curvos delimitando puertas, ventanales y huecos en general, armonizados con la aparente flexibilidad juguetona del hierro forjado, son los elementos artísticos que conforman fachadas, balcones, pórticos y la estructura de los mismos edificios.
El modernismo y artes aplicadas informan la vida misma, desde un placentero sentido de la libertad que había estrenado el romanticismo, configurando la pintura artística del momento, la ilustración que da carácter a libros y revistas, monumentos, muebles, utensilios caseros, como lámparas, joyas y otros artefactos que pueblan la vida burguesa del momento.
Una visita monográfica que reúna en su itinerario las muestras más destacadas de la arquitectura modernista local, es motivo más que suficiente para adentrarse por el conocimiento culto de la ciudad y reconocer sus valores ciudadanos.

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