Podría confeccionarse una curiosa antología con las frases proverbiales de Jesús, entendiendo por tales aquellas con que sensibiliza, por medio de sorprendentes figuras de dicción, sentencias primordiales de comportamiento, como cuando habla del ciego que conduce a otro ciego, que si te golpean una mejilla presentes la otra, que es más fácil enhebrar un camello en una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos, que hay quien ve la paja en el ojo ajeno y no ve la viga en el propio, que no hay que echar vino viejo en odres viejos, que no sepa tu mano izquierda lo hace tu derecha.
Vale la pena ir exprimiendo, una a una, en sucesivos comentarios, el sentido de estas y otras sentencias.
Esta última de la mano izquierda y derecha desarbola las mentidas artimañas de la hipocresía. No se puede decir con más plasticidad que obrar el bien por el ruido sordo del aplauso, es la mejor manera de ensuciar el brillo interior de los ojos con que mira la sinceridad. La hipocresía invalida todo obra aparentemente buena. Es como quitarle el oro al valor de una moneda, para dejarla en nada. La mera apariencia con que se emboza el hipócrita es pura vaciedad y engaño. No de otra manera funciona el fraude. Haces ver que obras rectamente, cuando pones precio, un precio vano, a tu presunta generosidad y te mal vendes.
No seas necio. Obra el bien desinteresadamente, ajeno a furtivos cobros que no alcanzan el peso de tamo de un desdén. No te preocupe nunca la vanidad inconsistente de las aprobaciones lisonjeras que son humo de paja y que vacían los bolsillos de seda de la obra bien hecha. Al fin, hagas lo que hagas, Dios te ve y te avala o te reprueba.
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