Somos administradores de nuestra vida y del ovillo del tiempo que se nos ha dado, para llegar a ser, del modo más conveniente, lo que Dios disponga de nosotros. Pero también lo somos de este mundo que Dios nos confía. A nosotros nos incumbe mimarlo, para legarlo luego con toda salvaguarda e integridad a quienes nos sucedan. No es lícito abusar de los bienes que el mundo nos brinda, hasta arruinar el planeta y poner en peligro la vida natural, e incluso nuestra vida, como ya está ocurriendo por la contaminación y el calentamiento global. Pero es que además, en otro orden de cosas, es responsabilidad nuestra superar la tentación de preocuparnos en exclusiva de nosotros, dejando de lado la obligación de obrar la justicia para con los demás, en vez de promover la paz en todo. Potenciar el bien de los demás, comporta respetar la naturaleza, y compartir lo que tenemos con quien no tiene, porque en definitiva todo le pertenece al Señor, y misión nuestra es saber administrar lo que ha puesto en arriendo en nuestras manos. Para Jesús es capital, desde la relevancia que hay que conceder a los demás, preferir siempre de entre ellos a los más necesitados, como él mismo hizo. Sólo así seremos luz del mundo.
Reflexión: San Ignacio de Antioquía
Sobrecoge el coraje de Ignacio de Antioquia, camino del martirio, anhelante por poner su sangre en las manos heridas de Cristo, como hostia propiciatoria cuyo trigo triturarán los dientes de las fieras, sobre la arena del circo, dice él. Que quien huele ya el aliento de las fieras, se exprese así escribiendo a sus fieles, revela un ánimo impertérrito al que no amilanan los ojos encendidos del tigre que salta tenso sobre él. De la debilidad humana, el mor a Dios amasa portentos de fidelidad. Nadie nos arrebatará el amor de Cristo, decía similarmente san Pablo con toda la decisión del mundo. El amor obra milagros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario