lunes, 3 de octubre de 2011
El buen samaritasno
Quien no ama, no tiene razones para hacer nada por nadie. La parábola del samaritano no se aparta de este axioma. Todos los que pasan ante el hombre desvalido, cumplen la ley a su manera, no a la manera de Dios. El sacerdote y el levita, hombres dedicados a él, cumplen de manera insensible la ley del sábado, adulterada y llevada al extremo de la deshumanización, por más que crean estar a bien con Dios, no con el hombre. Quien carece de capacidad crítica para enjuiciar lo que ocurre en su entorno, carece de criterio propio y no puede ser un buen samaritano. Sólo el hombre liberado de estrecheces e imposiciones inhumanas puede percibir gozosamente la mano del Creador en todo lo que le rodea El samaritano es un hombre libre de los convencionalismos vacíos de la cultura judía, porque él tiene sentido crítico de la realidad y rechaza los formalismos malsanos. Y así es cómo antepone el servicio compasivo en favor del hombre, y hace caso omiso del rechazo odioso entre judíos y samaritanos. El samaritano viaja por el mundo con tal libertad de Espíritu, que todo lo que tenga algún interés humano, atrae sus atención y provoca una reacción cordial en él. El buen samaritano no puede pasar de largo ante la calamidad. Cada vez que nos alejamos del amor y de los compromisos de la solidaridad, nos alejamos del evangelio de Cristo, cuya ley es justamente el amor que nos hace tolerantes, comprensivos y compasivos. Cuando descubrimos el corazón herido del hermano y cargamos con los sinsabores de su vida, Jesús se hace cargo de la nuestra.
Una aclaración
Natanael aparece en los evangelios con doble designación. Unas veces como Natanael y otras como Bartolomé. Bartolomé, hijo de Tomé, sería un sobrenombre distintivo partiendo de su origen familiar. Simón Pedro aparece en labios de Jesús como Barjona, hijo de Juan. Si la ascendencia de una persona acuñó multitud de apellidos entre nosotros, como Pérez, descendiente Pero, Martínez, descendiente de Martín, Sánchez, descendiente de Sancho, en Israel, donde las genealogías probaban la pertenencia a una determinada familia inserta en una tribu concreta -de las doce que lo conformaban-, el sobrenombre cumple una función histórica muy importante. El el pueblo ha sancionado el uso del término San Bartolomé sobre el de Natanael.
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