martes, 18 de octubre de 2011

La mies es mucha

Incluso Jesús necesita colaboradores para llevar a cabo su misión. Y los necesita porque la mies que les espera es siempre mucha, por lo que les pide que rueguen al Dueño de la mies que envíe obreros al tajo.
Este envío de 72 discípulos a predicar, es distinto de aquel otro de los doce apóstoles, aparte de que la palabra apóstol significa eso, enviado. Es este otro un pasaje que aparece solamente en el evangelio de san Lucas. Entran también aquí, en la consideración de enviados, los demás discípulos. Esos 72 debieron ser un grupo selecto entre otros muchos, y los envía para que le precedan en la predicación, y le preparen el camino.
Quizás nos esté faltando hoy ese recurso ferviente con que Jesús refuerza todo lo que hace, el de la oración, o no nos sumimos en ella de tan cabal manera. El caso es que hoy necesitamos más que nunca que el Señor envíe obreros a su mies, y a su insuficiencia se añade la cólera con que el fanatismo, día a día, los inmola, bien que es prueba de que Dios nos mira.


Reflexión: Ríos y acequias en la Sagrada Escritura

Para un pueblo como el judío forjado en las fatigas y ruda aspereza del desierto, propenso además a la locución expresiva de sus experiencias mediante los claroscuros del contraste, el río caudaloso y el murmullo de la acequia, son ya un gozo indescriptible soñarlos, cuanto más disfrutar de su realidad palpable.
El agua es signo de fertilidad y abundancia y se convierte en fácil referencia de bienes superiores que enriquecen el espíritu. Y así es como al justo, antítesis del impío, se le piensa como árbol frondoso que se mira, desde la orilla, en el agua de la acequia, de que nos habla el salmo primero, “da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas y cuanto emprende tiene provecho”.
“Derivaré, se dice en otro lugar, hacia Jerusalén, como un río, la paz”. Y el Apocalipsis nos habla del ” río de la Vida, brillante como cristal, que brota de Dios y del Cordero”.
La sed de Dios se compara al cervatillo inquieto que acude a las aguas de una fuente. E incluso la nostalgia de Sión, desde el destierro babilónico, se llena de melancólica tristeza, justo al borde del río, junto a un sauce en cuyas ramas lacias unos judíos han abandonado tristemente sus arpas.
El rumor del agua, en la Escritura, habla de Dios. Que lo diga, si no, la samaritana.

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