La advocación de Virgen de Aguas Vivas alude a un antiguo lugar preciso, en que la imagen fue escondida primero y hallada casualmente después, y a que en tiempos, gracias a un régimen de lluvias más favorable que el actual, gozaba tal sitio de frescas fuentes y algún manantial caudaloso, que fue el que dio nombre a la Virgen allí encontrada. Aguas vivas es tanto como fuente donde el agua mana incesantemente a borbotones.
Todo hace pensar en que, durante la invasión sarracena, hubo que tomar medidas seguras para preservar las imágenes sagradas de su profanación por los allegados. Es a lo que se refieren los numerosos hallazgos de vírgenes en los lugares más recónditos e impensados de nuestra geografía. Con respecto a nosotros, cabe dársele a esa advocación histórica un sentido espiritual más alto, ya que ha sido celebrada siempre como fontanal de todas las gracias. Virgen de Aguas Vivas, manadero que alumbra la vida de Jesús, ha de serlo también para obtener por su intercesión las gracias con que Dios llena sus manos generosas. Ella misma fue agraciada con la mayor de todas ellas, la de su elección para ser y ejercer como Madre de Dios. En los momentos difíciles de la adaptación de Jesús, palabra de Dios, al entorno de la convivencia humana, ella fue la que dirige su aprendizaje y ensaya como fresca fuente donde templar su espíritu. Es el manantial del amor de una madre hecha a la medida del más alto cometido, el serlo de Dios. Y para ejercer ese aprendizaje, ella misma fue adoctrinándose guardando en su alma todo lo que pudiera hacer referencia a su hijo divino, todo lo que iba descubriendo acerca de él. Fuente de todas las gracias es tanto como preclara dispensadora nuestra. Ninguna más cercana a Dios en la persona de su hijo. Y así las cosas, Dios no puede negar a María favor alguno, ya que él aceptó de ella el mayor de todos los favores que una mujer puede prestarle a Dios, el compromiso de concebir y hacerse cargo de su Hijo, hecho hombre en su carne. Añádase que, tras su muerte, desde que los dedos de un ángel la despierta en los umbrales de Dios, goza de un lugar preferente junto al corazón resucitado de su Hijo, lo que le permite lograr de su generosa intercesión favores sin cuento. La Virgen María está enriquecida con la excelencia y dignidad de ser la hija predilecta del Padre, sagrario del Espíritu santo, Madre perfecta de Dios. Y al mismo tiempo, está unida a la estirpe de Adán en la persona de todos los hombres que han de ser salvados para ir a Dios. No puede desentenderse ella de contribuir a enderezar el camino de cuantos, miembros del cuerpo de Cristo, aspiran a seguir sin tropiezo el camino de la luz que dejó impreso Jesús en el horizonte de su Iglesia. Para todos, María es modelo destacadísimo en la fe, en la fidelidad a la voluntad divina, en la humildad, en la generosidad del corazón, por lo que la Iglesia, regida por el Espíritu Santo, la honra con filial afecto. No la dejemos nunca lejos de nuestro cariño, si queremos que ella esté siempre cerca de nosotros.
Reflexión: La capilla escolar
La capilla, en penumbra, es un espacio silencioso, recogido y devoto. Invita a entrar dentro de sí y pensar, a la sombra de las manos de Dios. Una galería lateral de apretados ventanales de cristal policromado al azar, a modo de solemnes vitrales catedralicios, colorea la luz solar que hiere sus cristales plomados. El fragor de la ola embarrada de la riada del año 1982, llegada de repente, reventó algún que otro ventanal como si estallara la misma capilla. No dio tiempo a rescatar el copón, inundada toda la estancia de gruesas jácenas de madera hasta el techo. A la izquierda del altar, figura un retablo forjado en hierro, de Espinós, con las imágenes de María, san Francisco y san Antonio, patrón del Colegio. Impone la mesa del altar, un sólido bloque de granito que recuerda la firmeza inconmovible de la fe. Y en la pared frontal, de ladrillo rojo, una arqueta dorada guarda el ya dicho copón de las sagradas formas. Hasta los bancos tienen su pequeña historia: sirvieron de estantería al improvisado dispensario que atendía las necesidades más perentorias de la gente, durante la riada. Y todavía queda algo que no se ve: el acervo de gratos recuerdos que se le agolpan a uno, arrodillado, cuando, de regreso, se hace recuento minucioso de los largos años de ausencia, como quien repasa las cuentas de un rosario y ha de comenzar de nuevo.
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