La identidad de un pueblo, lo que le define y distingue de los demás se conoce repasando su comportamiento en la historia, y en ella ocupa u lugar muy destacado la propia religiosidad. La religiosidad de nuestros pueblos tiene como distintivo muy peculiar su devoción a María bajo la advocación de Virgen del Pilar, porque fue a orillas del Ebro zaragozano donde se aparece a Santiago, en momentos de desaliento, para alentarlo en su proyecto de evangelización de estas tierras.
María y su Hijo van de la mano, desde que los españoles descubren el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. No hay mejor manera de entender el misterio de María que considerándolo parte integrante del misterio salvador de Jesús, porque son dos facetas de una misma realidad. De alguna manera, donde está Cristo salvador, está María, que lo concibe y hace suyo para siempre. Y donde esté María, está como lo que es, el Hijo de María.
Esta unión entre María y Jesús es lo que centra la relación íntima de María con la Iglesia, ya que es la Madre de quien es la cabeza de la misma. En María se cumplen las promesas mesiánicas, que la convierten en piedra singular del edificio cristiano. Es la primera cristiana, purificada de singular manera por ese mismo Espíritu de Dios en el momento de su concepción inmaculada.
Si cristiano es quien escucha la palabra de Dios y la cumple, ella escuchó, antes que nadie, la palabra salvadora del Padre y la hace suya al concebirla en sus entrañas. Desde ese punto de vista, amar a María, Madre de Dios, es amar a la Iglesia, signo visible de la presencia de Dios en el mundo.
A duras penas podrá considerarse buen cristiano y buen hijo, quien no ama con ternura a María, Madre de Dios y Madre adoptiva nuestra.
Consideración: El espíritu de Asís
El día 27 de octubre de 1986 tuvo Juan Pablo II la intuición de celebrar en Asís un encuentro internacional que llegó a congregar a unos 150 representantes de otras tantas religiones, acontecimiento singular renovado cada año, desde entonces, bajo el nombre de “espíritu de Asís”. Son fechas en que se le pide al Espíritu Santo que sobrevenga sobre todos la paz que el mundo no sabe dar, según el sentido fraterno que ejemplarizó el hermano Francisco.
Este año, Benedicto XVI convoca de nuevo a todas las sensibilidades religiosas del mundo con el mismo objeto de mejorar el mundo, al cumplirse los 25 años de aquel feliz acontecimiento.
Que el espíritu evangélico del santo de Asís, que trataba como hermanos a todos los seres creados, desde la simplicidad de la alondra a la ferocidad del lobo, vuelva a aletear sobre los hombres de buena voluntad.
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