jueves, 20 de octubre de 2011

La paz de Cristo


No es verdadera paz la que no se sustenta en la fe y el amor de Cristo. Existe ese otro concepto de paz concertada por convenios, de modo que llamamos paz a la ausencia de guerra. No es esa la paz de Cristo. La paz de Dios es un don del Espíritu Santo que se asienta en nosotros cuando vivimos en perfecta armonía con la naturaleza y los hombres. Es la paz que nos une a todos en la justicia y la reconciliación, bajo la mirada complacida de Dios. El nivel de nuestra espiritualidad se puede medir correctamente, sabiendo cuál es el grado de aceptación de la paz que Dios nos da a quienes procuramos que nuestra convivencia transcurra tranquila y alegre, lejos de los crujidos que producen los roces y asperezas de la convivencia entre unos y otros. Jesús ordenaba a sus discípulos que al entrar en una casa, lo primero que tenían que hacer era darles la paz. Dar la paz, porque la paz es un don, y lo primero que hace él, cuando muerto y resucitado se aparece a sus discípulos, es darles la paz. Vivir la paz de Cristo, desde el bien, la justicia y reconciliación, nos lleva a hacer partícipes de nuestra paz a los que viven su vida sumidos en la inquietud y el desasosiego.

Reflexión: Asomos de invierno

Decididamente, ya se anuncia el invierno, esos ramalazos oficiosos de frío que van inscritos en el débil corazón del otoño. Y es que el otoño lleva el invierno, como una flor de hielo, en la solapa. Delimitar los tiempos estacionales no es tan factible como pueda parecer a alguno. Sus líneas fronterizas son borrosas, como la niebla. No se trata todavía de su establecimiento perdurable, pero las prendas de abrigo han salido ya, olorosas a alcanfor, del armario. El frío enerva; lo prueba ver cómo la gente va más acelerada de lo habitual por la acera. La cuestión es averiguar si es el frío el que nos impele a ir más de prisa generando calor o si huimos de él para llegar más pronto a nuestro destino. Con todo, los falsos plátanos de la plaza donde tienen el punto los taxis, mantienen firmes todavía sus hojas verdes, que incluso el otoño respeta. Un otoño sin ásperos vientos airados que azoten toldos y arremolinen tristes hojas amarillas por las calles, es un otoño adormilado o distraído. Algún enfermo de añoranza podría decir que antes las cosas no eran así.

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