Dice Lucas que Jesús, de camino, iba enseñando por calles y plazas. Ochenta y ocho veces usa Lucas este término de ir caminando, frente a ciento cincuenta en todo el Nuevo testamento. También Pablo fue un gran viajero. Lo fue más cerca de nosotros santa Teresa. Es la condición propia del apóstol, su vida itinerante, en continuo desplazamiento y ajetreo, visitando familias en sus casas, y predicando de ciudad en ciudad. Al comparar este dinamismo apostólico con la propia vida y descubrirse uno a sí mismo demasiado instalado, no cabe sino sobrecogernos. Lo que condena Jesús aquí es la molicie, la pereza, la inútil ociosidad. Nos previene de que serán muchos los que, habiendo comido con él y habiendo compartido momentos de su vida, llamarán en vano a su puerta para que se les abra. No haremos mal en esforzarnos por librarnos de todo entorpecimiento, de toda inercia vana que pese sobre nosotros. No se entra por la puerta de la salvación sin empeño.
Reflexión: Una lágrima en la arena
En cierta ocasión se me permitió visitar una biblioteca monográfica particular sobre Cervantes y su obra inestimable. El amante de tema tan sobresaliente había gastado una fortuna en reunir raros ejemplares de difícil adquisición rebuscando entre librerías de viejo. Me han llegado rumores, que desearía inciertos, de que sus codiciosos herederos han dividido entre ellos el ilustre legado, no el espíritu de quien puso en sus manos el fruto de sus distinguidas pesquisas y desvelos. ¿No habrá leyes que penalicen los desafueros contra la obra cultural de hombres esforzados y beneméritos?
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